El verano en las costas andaluzas ya no se vive solo con sombrillas, chiringuitos y agua cristalina. Desde hace algunos años, una presencia extraña y cada vez más abundante ha cambiado la postal: grandes masas de algas marrones cubren las playas y desprenden un olor desagradable que desconcierta a bañistas y preocupa a científicos.
Se trata de la Rugulopterix okamurae, un alga originaria del Pacífico que ha encontrado en el Estrecho de Gibraltar y el Mediterráneo occidental el escenario perfecto para extenderse. Lo que comenzó como un fenómeno anecdótico se ha convertido en una auténtica crisis ambiental y económica que, cada verano, gana más titulares.
¿Qué es realmente esta alga y cómo llegó hasta aquí?
La Rugulopterix okamurae es una especie de alga parda que nunca había formado parte de los ecosistemas europeos. Su llegada, explican los biólogos marinos, se debe probablemente al tráfico marítimo internacional: en los tanques de lastre de grandes barcos suelen viajar miles de organismos microscópicos que, al ser liberados en aguas lejanas a su origen, pueden prosperar sin enemigos naturales.
En su hábitat original, esta alga tiene depredadores que la mantienen bajo control. En el sur de España, sin embargo, se encuentra con un escenario perfecto: aguas cada vez más cálidas por el cambio climático, menos especies capaces de frenarla y un mar abierto que le permite reproducirse a gran velocidad.
La expansión y sus efectos en playas y turistas
Lo que más impacta a primera vista es su presencia en las playas. En lugares como Tarifa, Bolonia o Zahara de los Atunes, montones de algas llegan con cada marea y cubren la arena como si fueran alfombras marrones. A veces, las acumulaciones alcanzan varios metros de altura, obligando a ayuntamientos y empresas de limpieza a trabajar a destajo para retirarlas.
Los turistas describen la escena con sorpresa: “Llegamos buscando aguas claras y nos encontramos con la playa cubierta de algas y un olor muy fuerte”, cuentan visitantes en Cádiz. Para un destino que depende del turismo costero, el impacto económico es evidente: cancelaciones de reservas, bajada de ocupación en chiringuitos y quejas constantes en redes sociales que dañan la imagen del litoral.
Consecuencias ambientales: un ecosistema en jaque
Más allá de la incomodidad para los bañistas, la proliferación del alga tiene efectos muy serios en el ecosistema. Bajo el agua, forma mantos densos que cubren los fondos marinos e impiden que la luz llegue a las especies autóctonas, desplazándolas poco a poco. El sebadal, las praderas de fanerógamas marinas que sirven de refugio a cientos de peces y crustáceos, está siendo sustituido por un tapiz marrón homogéneo.
Los pescadores artesanales también sufren el problema: sus redes se llenan de toneladas de algas que las rompen o impiden faenar con normalidad. El alga no tiene valor comercial y su retirada supone una pérdida de tiempo y dinero. Algunos estudios han señalado que esta invasión podría estar afectando ya a las capturas de especies tradicionales como la dorada o la lubina.
Un enemigo difícil de combatir
La Rugulopterix okamurae tiene una capacidad de reproducción tan alta que eliminarla parece, de momento, imposible. Cada fragmento que se desprende puede dar lugar a un nuevo ejemplar, lo que convierte la limpieza de playas en una tarea interminable.
Las administraciones locales invierten millones de euros cada verano en retirar toneladas de algas con maquinaria pesada, pero al poco tiempo vuelven a llegar más con la siguiente marea. Es una lucha de desgaste que no parece tener final.
Por eso, algunos investigadores están explorando alternativas: ¿y si se pudiera dar un uso a estas algas? Se han hecho pruebas para transformarlas en compost agrícola, en biocombustibles e incluso en ingredientes cosméticos gracias a sus compuestos antioxidantes. Aunque estas iniciativas aún están en fase experimental, podrían convertirse en una salida parcial para un problema que no deja de crecer.
Salud y seguridad en juego
Aunque no todas las personas lo saben, estas algas liberan al descomponerse sustancias que pueden resultar irritantes para la piel o las vías respiratorias. Quienes trabajan en su retirada lo hacen con mascarillas y guantes para evitar reacciones alérgicas. Para el bañista común, el riesgo está sobre todo en el contacto directo y en la incomodidad que genera nadar entre montones de algas en descomposición.
Las autoridades recomiendan no manipularlas y evitar las zonas donde se acumulan en exceso, siguiendo las indicaciones de socorristas y servicios de limpieza.
Más allá de las playas: un aviso del futuro
El caso de la Rugulopterix okamurae es un recordatorio de cómo los cambios globales afectan de manera local. Una especie llegada accidentalmente desde Asia se convierte, en cuestión de años, en una amenaza para la economía, la salud y la biodiversidad de un rincón concreto del mundo.
El cambio climático, las rutas comerciales internacionales y la presión turística han creado la tormenta perfecta para que esta alga pase de ser una curiosidad biológica a un problema social. Y lo más preocupante es que, de momento, no existe una solución definitiva.
En 10 segundos
- El alga asiática Rugulopterix okamurae invade playas del sur de España, tiñéndolas de marrón y generando malos olores.
- Afecta al turismo, la pesca y la biodiversidad, desplazando especies autóctonas.
- Su expansión se debe al cambio climático, la falta de depredadores y el tráfico marítimo.
- Aunque se investiga su uso en agricultura o cosmética, por ahora sigue siendo un enemigo difícil de frenar.